Hace un año cogía un vuelo a Düsseldorf camino de un viaje que cambió mi forma de ver la vida. Hace seis años alguien tomaba esta foto en Montpellier en un paréntesis rumbo a Marsella, probablemente sin saber cuánto cambiarían las cosas con el tiempo entre nosotros. En el tren de vuelta a casa llegué a la conclusión que en los viajes se aprende a marchas forzadas. Ese mismo tren tergiversó el mundo al convertirse en una ida perpetua.
Nunca se puede regresar a nada, pero hay que regresar para saberlo. Algunas paradojas sí cobran sentido en alguna parte de la experiencia.
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