Ayer leí en el periódico una noticia que me llamó la atención: Un lechero (setentaypico años, dato importante) del norte de Gran Bretaña (si no recuerdo mal), de ésos que van casa por casa o granja por granja dejando el bote de leche en la puerta, fue detenido por la policía porque pasaba pequeñas dosis de marihuana a los ancianos que vivían por la zona. Se ve que vendía las dosis a muy bajo precio a sus colegas, aquejados de ese dolor allí o ese pinchazo allá, como un bonus track del bote de leche. La noticia ha trascendido porque alguien del pueblo –como todos sabemos, los hechos en los pueblos son carne de cañón para los rumores- lo sopló y claro, después de investigarlo a fondo durante unas semanas no tuvieron más remedio que detener al camello. El hombre llevaba cincuenta años casado con su mujer, que no tenía ni idea, y se ve que se mostró tan arrepentido que a los jueces les dio pena y le han reducido la pena a 36 semanas de trabajo comunitario y libertad condicional. Él decía que lo hacía por puro altruismo y porque sus colegas se lo agradecían con todo su amor.
Bien, hasta aquí eso es normal. De la prohibición del cannabis o no no tengo la más mínima intención de hablar, porque no es asunto mío. Lo que sí me sorprenden son dos cosas. La primera, la prueba que los ancianos rurales de hoy no son como los de ayer. Quim Monzó comentaba hoy la noticia (sabía que repararía en ella) en su columna y decía que por qué no, en sus últimos años de vida uno tiene derecho a hacer lo que le venga en gana y afrontar las limitaciones y derivados que impone el cuerpo como uno quiera. Cuando pienso en el abuelo de mi madre, que desheredó al mío porque eligió a la que fue su mujer y no acató un matrimonio concertado con otra, reparo en cómo han cambiado los tiempos. Los abuelos de ayer proyectaban en los de hoy. Por lo general, un beso era un lazo y un matrimonio una garantía. Los de hoy proyectan en sí mismos. En viajar, en fumar marihuana si conviene y en volver a la universidad, entre muchas otras cosas. Quizá los tiempos sí están cambiando para bien. Aunque con eso de que realmente se puede conseguir que vivamos seiscientos años me entra el miedo a la longevidad.
Los pueblos siempre han sido y serán objeto de mi curiosidad. Los núcleos grandes como las ciudades son terribles socialmente hablando, pero es que los pueblos tampoco son mucho más dignos. Ayer vi Revolutionary Road y tuve la certeza de ello: todos barremos hacia nuestras casas. Ya me dirán quién fue el guardián entre el centeno que tuvo la mala leche (nunca mejor dicho) de dar el soplo, dejar a los ancianos sin su dosis de elección propia y encima esconder la cabeza bajo el ala. Porque -claro está- si algo se sabe, es que no se sabe quién ha sido. Típico tópico.
1 comentari:
jo sempre caic en recrear-me en com serem nosaltres com a avis. es que imagina concerts plens d'avis, avis conectadíssims a internet revisant el correu, amb l'ipod i el mòbil
i el que em faria molta gràcia és veure avis skaters amb els pantalons caiguts al MACBA
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