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Hablar de algo cuando no sabes mucho de ese algo es un tanto arriesgado. Lo pensaba mientras volvíamos a casa mis amigas las amígdalas y yo conversando en silencio sobre District 9, la película que acabábamos de ver. “Es que todo el mundo habla tanto y tan bien o tan mal, que depende de lo que digamos la gente nos va a mirar peor que nosotras al gore cinematográfico”, diálogábamos. Ahora que ha pasado un tiempo prudencial y la no-euforia post-fílmica sigue siendo no-euforia, creo que puedo comentar lo que me ha parecido sin el riesgo de retractarme después y quedar mal.
District 9 es de esas películas que en general pintan bien, pero que a su vez en lo más profundo de tu alma ya te incitan a desconfiar un poco antes de verla. La campaña de publicidad es buenísima, hay que decirlo, pero peca de dos cosas (una de las cuales la descubres después):
a) huele peligrosamente a Blockbuster palomitero y
b) instiga una idea sinóptica de lo más patillera. Cada vez que voy a trabajar el 7 me presenta una y otra vez sus paradas de bus sólo aptas para humanos, me muestra que puedo llamar a tal número gratis si deduzco que mis padres o mis profesores se han convertido en alienígenas (destaco:
padres y
profesores, por lo tanto absténganse como público potencial sexagenarios o superior) y me da a entender que lo que presenta la película es más un experimento sociológico que una peli de acción trepidante con presupuesto desorbitado.
Y bueno, la cosa no iría tan desencaminada si no fuera porque a la mitad del filme, el señor
Blomkamp decide aparcar el formato documental (uno pocos atisbos de innovación de la película) y así perder la perspectiva con subtramas hiperbólicas y efectistas (ejemplo: un hombre agónico sale del hospital en casi paños menores –dígase pantalones azules y camisa blanca con cordoncito en la nuca- y se pone a correr alegremente por la campiña hasta que su esposa lo llama a su teléfono móvil que ¡sorpresa! está en el bolsillo de los pantalones que acaba de robar en una casa). No falta la épica y la tergiversación tópica tan previsible como satisfactoria de
los malos son los buenos,
los buenos son los malos, la condición humana es asquerosa y deplorable,
el malo es supermalo y el bueno es superbueno, el
sálvate tú ya me quedo yo, los
litros de sangre y
las manos en los ojos, el
el protagonista no es tan feo como me parecía al principio, el
tu padre te engaña no sé cómo puedes hacerle caso, y
el no puedo estar contigo pero en el fondo I will always love you. Todo acompañado por una banda sonora tan encantadora como las criaturas del filme.
Pero los tópicos existen, y si existen es porque en el fondo tienen una razón de ser que dulcemente los justifica. No todo es tan malo en District 9, porque los tópicos están bien tratados, tiene un formato muy interesante (aunque pierda fuelle), distrae y porque la venden como lo que no es pero sin ofender. Si la función primordial del arte es entretener, la película se basta y se sobra, porque en ella hay de todo. Pero en mi opinión, toda la parafernalia es un poco como la teoría de los requisitos mínimos: un producto absoluto de masas que por lo general gusta, pero que en particular carece de identidad. Quizá me equivoque, pero la ciencia ficción es un género que ya es ordinario y, por consecuencia, para salvarlo de la trilla hace falta algo más que marketing, presupuesto y un par de buenas ideas. Pero ahí no todo está perdido, creo
aunque lo de Peter Jackson anunciado tan grande parece un poco mentirijilla).